Este perro, propio del Pirineo Aragonés y Navarro está encuadrado dentro de los molosoides, un grupo étnico que se caracteriza por su esqueleto pesado, poderosa estructura muscular y cabeza grande y ancha. Reciben este nombre por creerse que en la antigua ciudad de Epiro, en la Molossia, se criaban varios siglos antes de Cristo perros de tales características físicas.
Lo cierto es que un grupo de perros de gran corpulencia se extendió por toda la Europa meridional, dejando destacados representantes desde Turquía hasta Portugal. Las numerosas razas sintetizadas a partir de aquel tronco común, en algunos casos hoy tan dispares como el anatolian karabahs turco, el owtcharka ruso, el maremmano abrucés italiano, nuestro mastín del Pirineo o el cao de serra da Estrella, pone en evidencia la maleabilidad de la especie canina, en la que una progresiva adaptación a un trabajo y hábitat concreto ocasiona modificaciones sustanciosas en el soma, favoreciendo la aparición de tipos localistas. Estos molosos han sido durante siglos perros eminentemente ganaderos, aunque por su temperamento arisco también realizaban labores de custodia de fincas y lares.
EL TRABAJO, RAZÓN DE LA RAZA
En junio, con la llegada de los primeros calores y hasta las primeras nieves, a finales de noviembre, los ganados pastaban en las faldas de la cordillera pireaica. Es en esa época cuando los perros tenían que proteger los hatos de los ataques de las alimañas. Los pastores protegían a sus perros con poderosas carlancas, un collar erizado de punzantes púas, para que el lobo no pudiese morderles el cuello. Con la llegada del frío los ganados descendían en busca de pastos a las tierras ribereñas de Huesca y Zaragoza, invernando en los Monegros y el Maestrazgo. Este tipo de trashumancia ha sido definido como inversa o descendente, pues en ella los ganaderos tienen los pastos de verano próximos a sus hogares y en invierno descienden las reses a las llanuras del centro de Aragón y ribera del Ebro. Más arriba, en los pueblos situados en el pre-Pirineo se dio, en menor escala, una trashumancia ascendente, pues los rebaños pasaban el invierno en los pequeños valles donde viven sus dueños y en verano ascienden a los puertos de montaña en busca de pastos nuevos.
Este obligado traslado de ovejas, perros y pastores era una verdadera aventura, en la que todo tenía que estar previsto para reducir al mínimo las pérdidas. Marchaban los miles de ovejas escoltadas por los poderosos mastines, como si de una escuadra guerrera se tratase y en las aldeas, niños y mayores se asomaban a contemplar estasiados el rico mar de lana, la riqueza de un país.
Los tiempos modernos han acabado con esta práctica pastoril, pero el mastín del Pirineo ha sabido adaptarse al cambio y ahora tiene otras tareas que realizar. Es el fiel guardián de fincas y naves, custodia los chalets a las afueras de las ciudades e incluso, a pesar de su gran tamaño, se ha convertido para muchos en un insustituible amigo y animal de compañía.
CUIDADOS ESPECÍFICOS
Por la longitud de su pelo, el manto requiere cuidados específicos, consistentes en un cepillado diario con un cepillo de púas para evitar la formación de nudos que pueden obligarnos a cortar mechones de pelo, afeando su presencia.
En verano debemos inspeccionar periódicamente la piel y controlar la aparición de parásitos que pueden ocasionar dermatitis. También las orejas caídas requieren un control, ya que tienden a acumular cerumen, polvo y restos de hierbas que ocasionan muchas veces otitis al animal. Como puede comprobarse son cuidados generales, que debemos aplicar a cualquier perro que poseamos y ello es así porque el mastín del Pirineo es un animal muy rústico, que no precisa cuidados concretos más allá de éstos generales. Y, finalmente, un consejo, vigile la alimentación del cachorro, para que sea equilibrada y rica en nutrientes sin que el animal padezca obesidad, es la mejor garante de que de adulto tendremos un mastín del Pirineo soberbio.